CAPITAL FEDERAL, Junio 27.-(Por Mario Wainfeld) El canje de deuda, un cierre que alivia al Gobierno. La política económica oficial, apuestas principales. Las paritarias, dentro de lo esperado. Nuevas medidas en preembarque: ganancias, asignaciones familiares, salario mínimo. Quién ajusta más: la competencia europea. Y algo más.
“Recuerde qué pasó en
Joseph Stiglitz, en un reportaje concedido a Le Monde en mayo de 2010.
Siempre existe la posibilidad de optar entre ver el vaso lleno hasta los dos tercios o bien el vaso con un tercio vacío. El canje de deuda, aceptado por el 66 por ciento de los acreedores que no entraron en el anterior, habilita las interpretaciones. El oficialismo (acompañado por economistas y analistas “neutrales”) se ilusionó a fines del año pasado con resultados mejores y se asustó hasta hace un mes con la perspectiva de una acogida inferior al 60 por ciento. Con la ventanilla ya cerrada, puede respirar: consiguió reestructurar la deuda resultante al mayor default de la historia (hasta ahora) en siete años, un lapso razonablemente breve dada la magnitud del desafío.
Con más del 90 por ciento de los acreedores con papeles nuevos, el Estado tiene argumentos para litigar en los tribunales internacionales contra los fondos buitre. La jurisprudencia predominante se inclina a considerar cerrado el default con ese margen de regularización. En promedio, el resultado se parece al esperado, con la salvedad de la llegada de dinero fresco, que naufragó en la estrechez y el temor empollados en el Primer Mundo.
A favor del conformismo oficial cabe puntualizar que los especuladores, cuyo patrimonio no es sencillo de determinar, jamás aceptarían una oferta: lo suyo es jugar a todo o nada. También hay un detalle no muy meneado que destacan avezados lectores del mercado financiero: después de lustros o décadas hay bonos que se “pierden” por fallecimiento de sus portadores, por quiebras, por avatares de los inversionistas.
Hubo euforia del equipo económico, que plasmó una fotografía futbolera con Guillermo Moreno, un gigantesco piantavotos para la clase media que el kirchnerismo anhela recuperar. Más allá de estos desbordes, pensados más en clave de interna de Palacio que de seducción a la opinión pública, seguramente los guarismos pudieron ser mejores, si el canje no se hubiera demorado. Incidieron el “efecto Redrado” y dificultades de implementación que en Economía consideran lógicas y en otras áreas de gobierno carencias del equipo de Amado Boudou. En el ínterin entre la fecha inicial pautada y la efectivizada se coló la ciclópea crisis europea, que no estaba en los papeles de nadie. Ese es un karma de los gobernantes: pesan sobre sus espaldas las consecuencias no queridas ni esperadas de sus actos y aun albures que escapan a su control.
El promedio, se subraya, conforta al Gobierno y abre un horizonte previsible. El kirchnerismo redondea un ciclo de regularización y pago de la deuda. Lega un panorama ordenado a futuros gobiernos, con una relación deuda-PBI que ya hubiera querido
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Economistas afines al oficialismo y muchos que no lo son pero que tampoco se enrolan en la “oposición a todo” advierten dos flaquezas en la economía: la inflación y la falta de inversión. Las lecturas se bifurcan cuando se trata de señalar el orden prioritario de esos factores o el tipo de inversión añorada (capitales nacionales o foráneos).
Ellos, como cualquier intérprete sensato, se acomodan a un escenario ya marcado: